El líder multiplicador: blando con las personas, duro con los resultados
Si hay un tema que seguirá marcando la conversación en los próximos años, ese es el liderazgo. Basta con observar a figuras como Donald Trump, un líder de estilo marcadamente duro, que genera tanto admiración como rechazo. La gran pregunta es: ¿los cambios que impulsa este tipo de liderazgo son realmente sostenibles?
Mi experiencia de varios años trabajando con gerentes generales y sus equipos me ha enseñado que las empresas no necesitan jefes que impongan, sino líderes que multipliquen. No basta con gestionar personas; hay que desarrollarlas. No se trata solo de alcanzar eficiencia, sino de generar impacto duradero. Por eso, el éxito del liderazgo no está en dar respuestas, sino en hacer las preguntas correctas. Es decir, adoptar un estilo que incorpore elementos del coaching.
Liz Wiseman, en su libro Multipliers, distingue entre dos tipos de liderazgo: el multiplicador, que potencia a su equipo, y el disminuidor, que asfixia el talento con microgestión y control excesivo. Los líderes multiplicadores confían en sus equipos, fomentan el debate y crean entornos donde las personas se sienten desafiadas y motivadas. En cambio, los disminuidores intentan controlarlo todo, imponen su visión y construyen estructuras rígidas que sofocan la creatividad.
David Marquet, en Turn the Ship Around!, relata cómo vivió en primera persona lo que significa liderar de manera distinta. Al asumir el mando del submarino USS Santa Fe, dejó de dar órdenes para empezar a transmitir intención. Empoderó a sus oficiales y tripulación, permitiéndoles tomar decisiones con autonomía. ¿El resultado? Un cambio radical: la embarcación pasó de ser la peor calificada de la flota a convertirse en un referente de liderazgo y desempeño.
El verdadero liderazgo no consiste en ser duro con las personas, sino con los resultados. Un buen líder desafía con claridad, establece expectativas altas y entrega las herramientas necesarias para alcanzar objetivos concretos. Pero lo hace desde la confianza, no desde la microgestión. La clave está en dar espacio para que el equipo crezca, aprenda y tome decisiones informadas.
En Scaling hemos visto que las empresas que logran resultados extraordinarios son aquellas donde los líderes dejan de ser jefes tradicionales para convertirse en entrenadores. Son quienes priorizan las interacciones sobre el talento individual, establecen objetivos claros y transforman el feedback en una herramienta de crecimiento continuo. Los equipos de alto rendimiento no necesitan más órdenes, sino más claridad, accountability y propósito.
El desafío es claro: no se trata de ser el más inteligente de la sala, sino de construir un equipo donde todos piensen y decidan mejor.
Si quieres llevar tu liderazgo al siguiente nivel y desarrollar una cultura de alto rendimiento, conversemos.
Tomás Edwards
Senior Coach de Scaling
